domingo, 2 de diciembre de 2012

EL AMANTE. VIII PARTE.




Nos sentamos en una mesa  que estaba medio escondida en un rincón, al instante me  cogió la mano, el efecto fue el contrario de la vez anterior, le apreté la suya, como si quisiera darle mi consentimiento.
Después de pedir empezó a hablarme de lo nuestro, de sus sentimiento,  no sabía muy bien cual eran, solo que la atracción hacia mí no se le explicaba. Desde el primer momento que me vio en la tienda sabía que tenía que conocerme  y ese impulso fue creciendo con cada encuentro.
Salió entonces la mente fría que llevamos todas las mujeres, le intente explicar que estaba felizmente casada, que él, por lo que me había contado también lo estaba y que todo aquello era una locura, que no podíamos seguir adelante. Le cambio la cara, paso a ser una mezcla de tristeza y compresión, entendiendo que la resignación era lo mejor.
Seguimos comiendo y charlando de forma amena, la complicidad que había entre ambos era mucha, creo que con solo la mirada sabíamos lo que pensábamos. Las caricias entre nuestras manos no se detuvieron, entrelazábamos nuestros dedos, acariciaba mi dorso, por mi palma, era tal su sensibilidad que no podía decir que no. 


Salimos  y nos fuimos a dar un paseo, acabamos en el estanque del Retiro agarrados de la mano. El siguió abriendo su corazón,  no tenía problemas familiares y estaba enamorado de su mujer, no se podía explicar el arrebato que había tenido conmigo. Yo solo le escuchaba, no me atrevía a decirle lo que yo sentía realmente.  Toda la muralla que había levantado durante la comida  se vino abajo con el paseo, mi mente decía que no, pero mi cuerpo estaba deseando ser suya.  Sentía la necesidad de besarle, pero yo no podía dar ese paso.
En el Monumento de Alfonso XII su manos pasaron por mi cintura y sus labios buscaron los míos, aquello fue el detonante que desato las sensaciones de mi cuerpo. Me estremecí  cuando su lengua se abrió paso entrelazándose con la mía, sus manos acariciaban mi espalda, pase mis  brazos por su cuello, no quería se acabara ese momento.   Bajo  las manos hasta mis riñones apretándome contra sus caderas, los besos cada vez eran más apasionados, apreté mi pecho contra el suyo, quería que sintiera la dureza de mis pechos, sus manos en mis caderas, notaba su excitación en mi vientre. Me separe de forma brusca, como siguiéramos con aquello  le haría mío allí mismo.


Era la hora de irnos, el regreso a la Plaza de la Independencia se alargo, no andábamos diez pasos sin acariciarnos, besarnos, expresar todo lo que nuestros cuerpos necesitaban. Sin decir apenas nada, nos despedimos.
Al  llegar a casa y cambiarme, mi ropa interior delataba toda la excitación de aquel encuentro. 

 ©Fer

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