Estamos a mitad de camino, espero que no te haya sido
demasiado difícil y lo hayas pasado bien. Ahora nos quedan las dos últimas, esperemos
que te sean igual de fáciles que las anteriores.
“Buen trago y mejor bocado, bajo la tierra de tus
ancestros lo tendrás”
Muchos besos”
Ya estamos liados otra vez con las malditos acertijos,
vamos los estaba cogiendo un cariño.
Este se me vino a la cabeza de inmediato, creo que tenía localizado el
lugar, el pueblo de mis abuelos.
Madrugamos el sábado, aunque no está muy lejos se tarda
hora y cuarto, es una manía heredada de mi padre, los viajes hay que hacerlos
pronto. Preparamos una pequeña bolsa con una muda, aunque no teníamos pensado
pasar la noche fuera, siempre hay que ir preparados.
Desayunamos tranquilamente, café y tostada con aceite,
mientras charlábamos. Rosa me expresaba su inquietud por la situación que teníamos,
ella llevaba año y medio en paro y se la
acababa el desempleo, pero a mí me preocupaba más su estado anímico, la estaba
empezando afectar. Como íbamos con tiempo decidimos pasarnos por Riaza, hacía muchos
años que no recorría sus calles.
Villa de origen medieval, situada en la falda norte de la
Sierra de Ayllon, sigue guardando su encanto en las calles empedradas y sobre todo
en su Plaza Mayor de soportales que
rodean el suelo circular de arena. Rica en su gastronomía castellana, para mi
podemos destacar La Taurina, restaurante situado en la misma plaza, su
especialidad el asado, destacando el de cabrito.
Lugar de veraneo de cierto nivel, podemos destacar en sus
alrededores, la estación de esquí de La Pinilla, odiada y amada por su
dificultad y la Ermita de Hontanares, enclavada en un robledal y con un
precioso mirador Piedrasllanas.
Nada había cambiado, solo la gente a la cual
en su mayoría ahora no reconocía, pero seguía teniendo el mismo encanto que
siempre. No era hora de tomar un vino, así que entramos en Casaquemada a tomar
café, siempre me gusto su chimenea, era la caldera para la calefacción central
del edificio, mediante un serpentín de las tuberías de la calefacción que había
en el suelo, calentaba todo el
circuito.
Seguimos camino, pero decidí que lo haríamos por las
pistas forestales, todos aquellos campos los conocía como la palma de la mano, sabía
cada navajo, majada, muladar, fuente, vereda, cárcava………..lo que lo habría andado. Eran
50 kilometros que nos llevarían una hora.
Cada vez iba creciendo el tamaño de las antenas y del
puesto de vigilancia forestal de Peña Cuerno, punto más alto de la Sierra de la Serrezuela. Malditos molinos,
como han colonizado todas nuestras sierras, me gustaría ser como Don Quijote y
cargar contra ellos. Desde este enclave magnifico se tienen unas vistas
privilegiadas, desde él se dan vistas a Segovia, Burgos, Valladolid y Soria.
Por el camino de la cuerda, entre robles a un lado y
pinos al otro, nos dirigimos a la
carretera local, que no llevar al pueblo. Pero antes de llegar hay que hacer
otra parada de rigor, la Cruz de Caravaca. Varias son las historias por la cual
esta erigida en aquel pico. Una es por unas pestes que hubo, otra para proteger
al pueblo de las tormentas………………. Aunque no se sepa bien su porque, se ha
convertido en uno de los sitios más queridos.
Se habían arreglado muchas casas, otras se habían hecho
nuevas, pero seguía siendo aquel pequeño pueblo castellano. Un torrente de
recuerdo me bloqueo la cabeza, no podía ir asimilando todas aquellas imágenes que
aparecían en mi mente. Esas vivencias de niño que no se te borran nunca y
parecen que están grabadas a fuego.
Desde muy pequeño pasaba allí las vacaciones de veranos,
semana Santa y los fines de semana. Llegando allí éramos como potros salvajes
que corrían libremente por los prados, solo había horario para las comidas y
dormir. Tiré derecho a casa de un primo de mi madre, Pepe, vive cerca de la
Iglesia y le había llamado según íbamos de camino.
Nos estaban esperando con la mesa puesta, patatas
bataqueadas. Hacía mucho que no comía unas patatas tan buenas, que sabor da a
la comida la lumbre y aquella hogaza de pan, recia, contundente, metida en
harina, aquello arreglaba el cuerpo al más pintado. Charlamos de la familia,
del pueblo y de cómo había cambiado las cosas. Yo seguía dando vueltas al
acertijo, no sabía todavía donde estaría el sobre.
Bajamos a ver los molinos de la familia, son preciosos.
Pegado a una ladera, al rio y escondido por la vegetación, seguía teniendo el
mismo magnetismo de siempre, serían los genes, pero siempre me había atraído.
El huerto aunque cuidado, no tenía el porte de cuando vivía el Tío Juan, no tenía
nada que envidiar a ningún jardín palaciego, parecía que estaba todo hecho con
escuadra y cartabón. Gracias a mis primos, mi trozo de huerto no estaba perdido
y sus más de 100 frutales seguían dando unas de las mejores manzanas y peras
del lugar.
Bajamos a ver el molino viejo, allí teníamos otra suerte
de tierra. Yo solo he conocido las ruinas, aquel lo dejo mi familia hacia
muchas generaciones y solo quedaban las ruinas. Como ruina era el nogal, seco y
sin la grandeza de su copa estaba más para una película de terror que para otra
cosa. Teníamos merienda preparada y cual podía ser, chuletas a la parrilla en
las bodegas.
En aquella zona es costumbre que en un cerro de los que
rodea el pueblo, cada familia tenga su bodega propia. No pensemos en esas bodegas que nos muestran
en los reportajes, son más humildes. Suelen tener un cañón, que así se llama el
pasillo excavado en la roca, por el cual se descienden de 10 a 15 metros,
llegando a la sala, donde hay varias
habitaciones donde se almacenaba el vino en cubas. Toda esta obra de ingeniería
estaba construida a pico y pala.
Costumbre de
cuando no había neveras, era ir a la hora de comer a por vino fresco a la
bodega, se llevaba una chaqueta al hombro que cumplía 3 funciones: 1ª. Ponérsela
para bajar, ya que a bajo hace 15º-16º y la diferencia de temperatura es
notable. 2ª. Al llevarla colgada en un hombro solo, meter debajo el jarro y
protegerle del sol, así no se calentaba. 3ª. Esconder el jarro, para no tener
que ofrecer si te encontrabas con alguien.
Preparamos la lumbre y mientras se iba consumiendo para
hacer las ascuas, preparamos las mesas, los bancos están hechos de piedras en
la puerta. El encargado de la lumbre la removía con el urgunero, que así llaman
al palo largo con el que se atiza. Quemo las parrillas y las limpio con
papel de periódico, colocamos las chuletas y ahora solo tocaba esperar que las
ascuas hicieran su trabajo.
Baje a por un jarro de vino fresco, según estaba
abriendo la espita me acorde de lo que disfrutaba Encarna en las bodegas, tanto
por la comida, como por el vino y de cómo la gustaba bajar a ella a sacar el
vino. Subí el jarro y cogí una linterna más grande, tenía que comprobar el
presentimiento que tenía. ©Fer
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