“Hola Fernando.
Sé que te lo he
puesto complicado, pero tenía plena confianza en ti. Siempre me quedo un
maravilloso recuerdo de este viaje.
Vamos:
“Siempre apoyando y siempre a tu lado. Encuentra la
persona”
Buena suerte. Besos”
Me sentía aliviado por haber conseguido la prueba, ahora
nos tocaba disfrutar el resto del
tiempo. Comimos en el restaurante La Aldea, donde nos apretamos uno de los
mejores cocidos Montañeses que he probado, acabe como los lagartos, no me podía
mover. Reposamos la comida sentados en una terraza tomando un café, no podía
ponerme a conducir nada más acabar.
Me ha gustado siempre pasar el puente de la ría de San
Vicente, sé que parecerá tonto, pero me da la impresión de estar pasando el
puente levadizo de un castillo. Cruzamos el pueblo en dirección a Unquera,
famoso por sus corbatas, sin ánimo de ofender, no me gustan nada.
Al llegar a La Hermida se me ocurrió una de mis
brillantes ideas. Le pregunte a un paisano que estaba apañando unas vacas
en un prado, que si había alguna pista
forestal para llegar hasta Potes. Nos indicó
un camino para los pastos altos, pero que no iba a Potes, iba a Castro
Cillorigo, primer pueblo nada más cruzar el desfiladero.
Fuimos serpenteando las empinadas laderas, los prados solo separados por unas vallas de
piedra y algunas vacas en ellos. Mi mujer que me sigue a todas partes, iba con
miedo, no se veía a nadie, solo había alguna paridera perdida, pero entre
bromas la fui calmando. Entramos en una
zona donde el bosque se apoderaba del terreno, habíamos dejado los prados
atrás, al salir de una curva nos llevamos una sorpresa, dos parejas con dos
perros iban camino arriba, coñe si estaban a más de 15 km de cualquier pueblo.
Nos paramos con ellos y charlamos un rato, eran de Castro y regresaban de pasar
el día. Nos ofrecieron un trago de vino y seguimos nuestro camino
después de despedirnos.
Al llegar al llano de la cumbre descubrimos una pequeña
charca, era poco más de un par de piscinas, tenía un encanto especial. Coño
otra sorpresa, en una piedra al lado de la charca, había un tío sentado, al
final iba a ser esto como la Gran Vía. Llagamos a Castro entre un frondoso
bosque, no tenía que ver nada con la
otra vertiente.
Llegamos a Fuente Dé, lo pequeño que se siente uno en aquel
circo glaciar, levantas la vista y solo ves rocas. Esta vez no subiríamos en el
teleférico, habíamos perdido mucho tiempo por la aventura, aunque es una
maravilla las vistas que ofrece desde El Cable. Dimos un pequeño paseo cogimos
el camino de vuelta.
La carretera baja pegada el Rio Deva, que allí tiene su
nacimiento. Hicimos una parada en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana,
donde se encuentra el trozo más grande de Lignum Crucis. Parada en Potes a
tomar una Coca Cola y a seguir camino.
Poco a poco vas entrando en el desfiladero, las paredes
cortadas casi en vertical, no te permiten ver el cielo, muchas veces crees que
no tienes sitio por donde seguir, poco a poco vas descubriendo los pasos, vas
saltando el rio de una orilla a otra. Paramos al lado de uno de los puentes, y
al asomarnos al rio descubrí a unos pescadores. Charlamos un rato con ellos,
dada mi afición a la pesca, no se los había dado demasiado bien, ya que la
temporada anda algo avanzada. Pasado Panes, el rio pierde algo de su encanto,
su caudal aumenta al unirse el Cares y
se convierte en un reclamo para hacer rafting.
Llagamos a Santander nada más anochecer, estábamos
cansados, cenaríamos algo por el centro y a descansar, al día siguiente
teníamos el camino de vuelta. ©Fer
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