Llegue con tiempo de sobra, eran las 16:25, eche un vistazo
a todo el local por si reconocía a
alguien y me senté en una mesa algo apartada, con una buena visión de la entrada, es una costumbre de siempre, sentarme dando
vista a las puertas. Pedí un café con hielo, saque el móvil y me dedique a
revisar varias redes sociales.
Mis ojos se clavaban en la puerta cada vez que alguien
entraba, estudiaba cada uno de sus movimientos intentando adivinar algo. En
esto que recibí otro mensaje:
-El hielo puede hacerte daño en la garganta. El Duende
No podía ser, estaba allí, me estaba observando, empecé a
fijarme mesa por mesa en cada persona, quería descubrir alguna señal que me
descubriera quien era, pero no sabía lo que tenía que buscar. Todos me parecían
que podían ser y a la vez ninguno. Me estaba empezando a poner nervioso, no me
gusta no tener el control de las cosas.
Pasa el tiempo y se acerca la hora, en esto entra un hombre
alto y delgado, cuando me fijo en su cara no doy crédito, es Juan, una
compañero de estudios. Habíamos tenido una buena amistad pero el trascurrir de
la vida nos había separado. Sería solo una casualidad o estaría allí por el
mismo motivo.
Dude que hacer, fuera
el motivo que fuera de su presencia me apetecía saludarle, me levante y me dirigí
hacia él. Pasada la primera impresión de sorpresa nos dimos un fuerte abrazo, de esos que se
dan dos buenos amigos cuando se reencuentran después de muchos años. Dudo unos instantes cuando le invite a
sentarse a mi mesa, pero finalmente acepto. Nos pusimos rápidamente al día de
nuestras vidas y me confesó que había quedado con alguien, pero que no sabía quién
era.
-El Duende, le dije.
Se iluminaron sus ojos y me miro
con cara de asombro. Le explique que
yo había recibido varios mensajes citándome allí. Sonó el aviso de nuevo
mensaje:
-Estáis la mitad, faltan otros 2. El Duende.
Le enseñe a Juan este último mensaje, hicimos mil hipótesis de por qué y quien
serian aquellas dos personas que faltaban. Eran la 17:10 y todavía no teníamos nada en
claro.
-Presentaros a los dos señores que están a la esquina de la
barra. El Duende.
Éramos marionetas en
manos de aquella persona.
Una vez presentados y sentados todos en la mesa seguimos intentado
averiguar el enigma de aquella situación. Antonio y Roberto, que así se
llamaban los otros dos compañeros de este juego, eran de Segovia.
No lográbamos comprender que nos unía a los 4.
Sin saber como
aquella persona se había acercado a la mesa y de pie contemplándonos a
los 4, nos dijo:
-Buenas tardes amigos, soy el Duende. ©Fer
2 comentarios:
Qué tensión por Dios!!!
Gracias amiga.
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