No llegaba a entender las reacciones de mi cuerpo con su
sola presencia. Aquella electricidad
que recorría todo mi ser no era normal, casi tenia la piel de gallina. Su voz me dejaba embelesada, en ese momento
no existía nada más a nuestro alrededor.
Pasamos la tarde contándonos cosas de nuestras vidas, descubriéndonos el uno al otro. De vez en
cuando se cruzaba por mi mente aquel pensamiento: “Estas loca”.
Sin querer y de la
forma más natural, cogió mi mano, al principio no me di ni cuenta, pero cuando
fui consciente de ello sentí un nerviosismo como nunca lo había sentido, me entro un temblor igual que cuando sube la
fiebre, solo faltaba que me castañetearan
los dientes. Me solté, no sabía que decir
ni que hacer, mi mente se nublo por unos momentos y me entraron unas ganas
tremendas de salir corriendo. Me había roto todos los esquemas, no estaba
preparada para eso, todavía no.
-Perdón, dijo nada más darse cuenta de mi reacción.
Un gesto de culpabilidad
apareció de inmediato en su cara. Aquello sin saber porque me tranquilizo.
Seguía sin comprender la influencia que tenía sobre mi persona, pero mi cuerpo
se volvió a relajar y disfrutar con la conversación.
A la hora de
irnos, el de forma muy educada me ayudo a ponerme el abrigo, al llevarlo al
sitio aprovecho para abrazarme y besarme en el cuello. Me quede parada, no
sabía cómo actuar. No sabía si volverme
y abofetearle la cara o besarle de forma apasionada. El que hablaba por mí, era
mi cuerpo. Un escalofrió recorrió toda mi espalda.
Nos fuimos hacia
la parada de taxis, ahora, al cogerme el brazo, lo sentía diferente,
todos mis sentidos los tenía más desarrollados. Sentir sus dedos sobre mi
brazo, su perfume, su voz… aquella voz que me provocaba tantas sensaciones.
Escasamente separados por cuatro dedos, me miro fijamente y cuando iba a
empezar a decir, que había sido un placer el pasar la tarde con él, sin darme
cuenta se acercó y rozo sus labios con los míos.
Me subí en el taxi
de forma acelerada, casi pierdo un zapato, no sabía que decirle al conductor,
solo quería que arrancara rápidamente.
Cuando
arranco le di la dirección y me tranquilice un poco. Yo, una mujer casada, con dos hijos, después
de 15 años de matrimonio, no podía tener una aventura. Con la mirada perdida por la ventanilla, solo
podía pensar. Mi marido era buena
persona, siempre se había dedicado a su familia y su trabajo. Como pareja
tampoco había sido malo, buen padre, fiel, cariñoso y buen amante. Mis hijos
eran lo más grande que me había pasado
en la vida, nunca me pude imaginar lo que una mujer puede sentir por un hijo
hasta que los tuve a ellos. Económicamente no marchábamos mal. ¿Entonces por
qué?
¿Qué
pasaba? ¿Porque mi vida estando en orden se tambaleaba? ¿Porque mi cuerpo tenía
aquellas reacciones con aquel hombre?
Cuando llegué a casa me fui directamente a la cama, no
podía permitirme que notaran nada, puse como escusa una jaqueca. Necesitaba
estar sola y pensar. No me entere de cuando se me cerraron los ojos, debía
estar cansada por los nervios y al relajarme en la cama, caí.
Abrí los ojos, estaba todo a oscuras, mi marido no estaba
en la cama, debía de ser tarde. Gire mi cuerpo y vi el reloj, no podía ser,
solo habían pasado quince minutos y parecía como si hubieran sido horas, me
acurruque.
El tacto de su mano, el roce de sus labios, su voz, sus
ojos clavados en los míos, no se iban de mi cabeza. En esos momentos me
arrepentí de salir corriendo, que hubiera pasado de no haberme marchado, me
habría abrazado para seguir besándome, me diría alguna palabra romántica.
Mi cuerpo empezó a tener vida propia, un cosquilleo
recorría mi piel, una nube cubrió mis ojos, mis pecho se pusieron duros, los
pezones erectos, mis manos los buscaron para acariciarlos, cerré los ojos. Me abandone a los instintos más básicos. Una
de mis manos bajo lentamente por mi cuerpo, mientras la otra seguía masajeando
mis pechos, acariciando y pellizcando mis pezones, mis piernas se entreabrieron
para dejar paso a mi mano, el calor de mi cuerpo traspasaba la tela, mi dedo
índice acariciaba lentamente, la respiración se aceleró, el juego cada vez era más
intenso, esa mezcla de dolor y placer al pellizcarme, esas descargas eléctricas
que recorrían mi cuerpo. Mientras solo era capaz de pensar en él, besarle,
acariciar su cuerpo, mirarle a los ojos mientras nuestro cuerpo se hacían solo
uno, sus manos recorriendo cada rincón de mi cuerpo. Sentir como se tensan nuestros músculos en el momento álgido, ver
la expresión de su cara cuando me hace suya. Con esos pensamientos cada vez
estaba más excitada y las caricias fueron en aumento, estaba dentro de mí
mientras me acariciaba de forma frenética. Se arqueo mi cuerpo, silencie mis
jadeos y gritos clavando mi cara en la almohada, no podía parar necesitaba más,
mis manos siguieron buscándome, volví a explotar en otro torrente de placer.
Poco a poco me fui relajando, no podía abrir los ojos, la respiración fue
perdiendo fuerza, mi cuerpo se fue quedando en un plácido estado casi
catatónico.
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