lunes, 31 de octubre de 2011

ESMERALDA. I PARTE.

Caminaba siempre recta y con esa cadencia que la daba un aire especial. Su paseo era siempre seguido por mil miradas atentas a cada movimiento. Su elegancia era natural, manaba en ella sin necesidad de forzarla.

Esmeralda, que así se llamaba, era hija de un acomodado comerciante. Morena, esbelta, con las curvas justas, siempre con esa sonrisa en la cara, la piel blanca, los ojos negros y esa naricilla respingona. No se le conocía novio formal aunque pretendientes no le faltaban, siempre había varios jóvenes mariposeando por la puerta de su casa.

Su vida era de lo más sencilla y normal, solo se le veía cuando iba a misa y para hacer compras. No se le veía en fiestas, cafés, romerías o demás acontecimientos sociales. El único exceso que hacía era presidir una mesa el día de la banderita.

Durante 15 días al año se iba a un balneario de la provincia de Santander a tomar unas aguas que decían que eran muy buenas para el reúma. Sin la compañía de su madre partía en el autobús cada 10 de Julio, con cara de apenada y compungida se despedía por la ventanilla de su familia. Tenía que ir hasta Madrid para coger el tren. En aquel trayecto la cara le iba cambiando y se iba transformando en una media sonrisa picarona.

A su llegada a la capital cogía un taxi y se dirigía a un hotel de la Calle Velázquez. ¿Que había cambiado? ¿Y su viaje a Santander?

Al entrar el recepcionista la saludaba como a una clienta que se conoce de hace tiempo, le dio la llave de una habitación y llamo al botones para que se encargara del equipaje, mientras le decía: Buena estancia Mrs. Anne. Mientras se dirigía al ascensor aquella mujer parecía otra, sus aires habían cambiado y ya no era la mujer normal de hace 2 horas.

miércoles, 5 de octubre de 2011

DIA FABULOSO.

Una mañana de Primavera cuando los cerdos volaban de flor en flor y las mariposas comían bellotas, andaba yo por la calle desnudo con las manos en los bolsillos, de repente una ráfaga de calma me acerco una hoja de periódico sin letras que ponía: “Un bebe de 80 años congelado en un incendio”. Al oír esa noticia, salí corriendo, llegue a mi casa, encendí la puerta, abrí la luz, acosté a la ropa y me colgué en el armario, de repente escuche una voz que decía: “Hombre de poca vergüenza, asómate a la ventana y dame un poquito de sed, que vengo muerto de agua”

Anónimo.